Opinión. Bienal de Arte y Ciudad BOG25: el arrojo del gesto
- Diego Guerrero
- 10 oct
- 2 Min. de lectura
Álex Brahim, director de la Fundación El Pilar (Cúcuta), ofrece su impresión sobre la BOG25 y destaca la apuesta por el arte a la vista de la ciudadanía.

ÁLEX BRAHIM
GESTOR CULTURAL Y CURADOR
PARA ARTERIA
Esta no es una reseña de obras ni una evaluación curatorial o de gestión —carezco de insumos para ello—, sino una lectura ciudadana de lo que activa la Bienal Internacional de Arte y Ciudad BOG25 en la vida común de Bogotá.
Cuando una ciudad se piensa a sí misma como “obra” y abre una programación gratuita, diversa y descentralizada —más de 25 sedes y espacio público, del 20 de septiembre al 9 de noviembre, con la participación de más de 200 artistas—, se produce un cambio de trato entre urbe y habitantes que vale la pena cuidar y sostener en el tiempo.
Los primeros días mostraron un apetito genuino de encuentro. Las cifras oficiales hablan de más de 125.000 personas participando en las actividades iniciales y de más de 50.000 interactuando con las activaciones a lo largo del Eje Ambiental. Más que un dato estadístico, es un indicio de deseo compartido por habitar el espacio público desde otros códigos de convivencia.
Que el eje discursivo se atreva con la “felicidad” —un terreno resbaloso si se queda en consigna— obliga a mirar la cotidianidad con preguntas concretas: ¿qué prácticas, recorridos y afectos transforman la experiencia urbana cuando el arte sale del cubo blanco y se vuelve galería viva?
La narrativa institucional insiste en eso: ciudad como museo abierto, patrimonio y parques activados, barrios como escena. Si se sostiene, baja la solemnidad, multiplica públicos y expande el derecho a la cultura.
Visto desde las regiones, además, esto es una señal de política pública: la capital invierte en circulación gratuita y en intervenciones de ciudad con un ánimo de servicio cultural. Ojalá el legado no se agote en el titular ni en la foto del día y se traduzca en continuidad, metodologías replicables, mediación sostenida y circuitos de ida y vuelta con otras ciudades del país —itinerancias, residencias, encargos abiertos y formación— para que el aprendizaje viaje.
Hay, claro, aristas discutibles que otros están abordando y que merecen debate informado, sobre modelos de gestión, práctica curatorial o cobertura distrital. Mi apuesta aquí es reconocer el arrojo del gesto: poner a andar una bienal de ciudad —gratuita, abierta y extendida— en un momento de desconfianza pública.
Si esta edición se convierte en un pacto de continuidades y corresponsabilidades, Bogotá no solo habrá sumado visitas, habrá ganado nuevos modos de mirarse y de encontrarse: el país también.
Revisado por Diego Guerrero, editor.