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La Bachué se exhibe en la Bienal de Venecia y cuestiona todo un periodo en la historia del arte colombiano

La Bachué, de Rómulo Rozo, hace parte de la exposición del curador de la Bienal de Venecia en el Arsenal, en un año en el que se repasa el arte en el sur global.     
La Bachué viaja desde hace un par de años por Europa /Cortesía
La Bachué viaja desde hace un par de años por Europa /Cortesía

La Bachué, del pintor y escultor Rómulo Rozo (Bogotá, 1899; Mérida México, 1964) es una de esas obras de arte que desnudan esa parte de Colombia que durante siglos –no es exageración– una gran parte del país no ha querido ver: su mestizaje.


Más que una escultura tallada en granito por Rozo, en 1925, mientras estaba en París, la pieza es una declaración de una forma de ver el mundo y de hacerlo. Enmarcada como indigenista (una buena discusión, también) originó un movimiento intelectual en la primera mitad del siglo XX en Colombia, época de nacionalismos latinoamericanos. Con el tiempo el movimiento perdió fuerza ante oposiciones académicas y, sobre todo, de la crítica Marta Traba.


Ahora la escultura está en un lugar preponderante en la actual Bienal de Venecia (también hay obras de Marco Ospina y Umberto Giangrandi). Fue seleccionada por el curador de la Bienal, Adrianao Pedrosa, de Brasil, y se encuentra en la muestra histórica ubicada en El Arsenal, en la sección ‘Retratos’. La obra de Marco Ospina está una sección histórica del sur global, donde están las primeras abstracciones y en la de italianos por el mundo está expuesto Giangrandi.


La Bachué da nombre a un proyecto liderado por José Darío Gutiérrez, quien habló con ARTERIA.


“Nuestra reflexión cultural es muy pobre. Estuvimos signados por Marta Traba y por el Museo de la OEA”, dice al referirse a la situación del arte colombiano en la segunda posguerra y agrega: “Nosotros fuimos un objetivo claro dentro de la ‘guerra fría cultural’ para imponer nombres que convenían a los Estados Unidos, dentro de lo que se llamó la constitución de Nueva York como la capital mundial del arte.


“Eso fue una acción de Gómez Sicre (director del museo) y de Marta Traba para promover un gusto especifico, para decir que lo que se hizo antes de los años 50 y 60 no valía la pena sino que lo que valía la pena era el arte moderno de la posguerra. Esa es nuestra hipótesis de trabajo en Proyecto Bachué”.


Por eso, comenta que por eso la Bachué es desconocida para muchos (a pesar de que ya tiene sendos libros y análisis), y no pasa de ser para otros como un precolombino mal hecho, aunque hoy “hay una perspectiva desde afuera y se obtiene una debida valoración”.


En todo caso, según comenta Gutiérrez, la Bachué cayó en esa criba que se hizo desde los Estados Unidos del arte latinoamericano que tuviera que ver con miradas políticas o sociales, en un tiempo en que el comunismo era ese fantasma que andaba por el mundo.


“Tenía que ver con borrar el comunismo y el socialismo que están presentes en la intelectualidad y base cultural de la sociedad occidental. Estados Unidos se opone a eso y una de sus acciones fue la invitación e inducción a un arte sin preocupaciones sociales o lo indígena.


"Un arte que definieron como universal, con valor en cuanto equilibrio, armonía, etc.,  expresiones que no cuestionaran la dificultad interior o social. Todo lo que reflexionara sobre la justica o injusticia o indígena era indeseado y, por eso, Marta Traba dijo que son manifestaciones de política e ideología y que eso no era arte. Se propende por un arte con valor sin connotación de preocupación existencial o social. Pollock… Rotko… y se nos imponen nombres determinantes: Ramírez Villamizar, Botero, Grau, Negret, Obregón…".


Gutiérrez explica que la Bachué va a parar a la Bienal de Venecia de este año debido a que esta pretende una “una revisión en lo que teóricamente se llama sur global que, por disposición geográfica debería estar por fuera de la esfera de Estados Unidos, y resalta manifestaciones previas al canon impuesto por ese país.


En todo caso, no es la primera vez que la pieza de Rozo, quien se fue de Colombia para México de donde nunca más volvió, ya había estado en Sevilla (España) en el pabellón colombiano de la Feria Iberoamericana, en 1929. Entre otras, Rozo es considerado en México como uno de los suyos, en Mérida hizo el Monumento a la patria (y ya saben lo que un mexicano siente cuando dice patria) y tiene un busto en su honor.  En Colombia pocos colombianos son profetas, dirán algunos.


Gutiérrez señala como otro problema para que Colombia abrace obras como las de Rozo (llámense indigenistas o mestizas). “En la primera posguerra estuvimos alineados ideológicamente por los conservadores con nacionalismos europeos con Franco y Mussolini, y en contra de cualquier intención republicana.


"En la primera mitad del siglo XX, las bellas artes y las academias de herencia grecorromana rechaza lo indígena entre guerras. Y, luego, pensar en lo ancestral y social es calificado como comunista. En 1937 hay un manifiesto de arte malo parecido al arte malo de Alemania, en el que dan pautas… se cubrieron murales por impúdicos y mal hecho…”.


Lo que no deja causar un poco de ‘gracia’ es que de una mirada negacionista del pasado indígena, “actualmente, tenemos una mirada de la exaltación de lo indígena, como una reacción a preocupaciones del norte. El norte está preocupado por esa exclusión y giramos 180 grados con una aproximación errada. La reacción frente al reconocimiento del pasado no puede ser invertir lo importante”, opina Gutiérrez.


Esto lo dice al cuestionar la tendencia actual de ensalzar lo indígena, tan solo por ser indígena en detrimento del contexto total colombiano. Sostiene que debería haber una actitud crítica “y no un rebote. La Bachué es una reflexión alrededor de quiénes somos y la responsabilidad como artistas e intelectuales puede ser reconocer el mundo en que estamos, a partir de una referencia indígena.


“Pararnos en una realidad, pero no como hoy que, como hemos negado y rechazado lo indígena, entonces ahora lo importante es ser indígena y el occidental y el mestizo que se cree blanco quieren ser indígenas, porque lo importante no es la manifestación, sino que probemos ayahuasca para complementarnos con los indígenas.


"Esto implica que no hay un reconocimiento del otro como interlocutor sino como que hay un arrepentimiento y culpas que no se están revisando. Ahora las prodigiosas son las comunidades porque las desconocíamos, pero lo occidental también existe y tenemos que caber los dos”.


¿Y la Bachué? Está solicitada en Sevilla y Berlín lleva dos años viajando.

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