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Fernando Botero, más cerca

ARTERIA habló con Felipe Grimberg uno de los 'dealers' que estuvo más cerca de Fernando Botero.

Cuerpo de Fernando Botero con la bandera de Colombia, en el interior del Museo de Antioquia /Cortesía: Carlos Marín. Para ARTERIA.
Cuerpo de Fernando Botero con la bandera de Colombia, en el interior del Museo de Antioquia /Cortesía: Carlos Marín. Para ARTERIA.

DIEGO GUERRERO

Editor

ARTERIA


Ha pasado medio mes luego de la muerte de Fernando Botero (1932-2023), con su duelo, los homenajes, las críticas en caliente. Discusiones sobre lo que unos y otros piensan que fue o qué no fue. Y es tiempo ya para una mirada menos marcada por la situación en sí misma, por alguien cuya profesión lo llevo a estar cerca de él pero con la distancia que los negocios requieren.


El dealer Felipe Grimberg se acercó a Botero cuando apenas tenía 18 años. Su relación tardó décadas en desarrollarse y consolidarse, hasta el punto que es conocido como uno de los mayores vendedores de Botero, sino el más. Con él hablamos a la vez de él y sobre su visión de Botero.


“Llevo vendiendo arte 35 años y la tercera obra que vendí en mi vida fue una de Fernando Botero, del año 1964. Con el tiempo empecé a comprar y vender mucho su obra. Me le acerqué a él por primera vez en 1982 y hasta que me abrió sus puertas y su mundo pasaron 15 años más o menos”. Dice Grimberg, quien reconoce que no había razón para que el artista confiara en un joven que apareció de buenas a primeras.


Grimberg no ha tenido nunca galería y se movía en el mundo del arte a partir de comprar y vender obras que ya estaban en el mercado. “Cuando llegué a donde él, tenía 18 años, y tenía años de diferencia entre los dos. Con el tiempo, se dio cuenta de que lo que yo hacía, que lo que decía era de verdad y que sí vendía su arte. Él sabía a quién le compraba yo y sabía a quién le vendía, porque le vendía a muchos amigos y personas cercanas a él. Entonces, cuando entendió que lo que yo le decía era real, fue cuando me dio la oportunidad de poder entrar a hacer parte de su vida”.

Felipe Grinberg junto a Botero, en la portada del libro Selling Botero, de Girmberg. /Cortesía Felipe Grimberg
Felipe Grinberg junto a Botero, en la portada del libro Selling Botero, de Girmberg. /Cortesía Felipe Grimberg

Fue a mediados de los 90 –recuerda–, cuando Botero empezó a venderle a él directamente. Pero Grimberg, aunque sabe que estuvo muy cerca de su mundo, no se atreve a decir que para Botero él era un amigo. “Yo sentí que hacía parte de un grupo cercano a él, aunque no sé cómo él hubiera definido quién es amigo y quién no es amigo”.


Lo que sí tiene claro es que, para él, Botero fue no solo un artista sino una influencia importante: “Aprendí de él muchísimo: la honestidad, la claridad, la rectitud, la amabilidad, la amistad. Fue un gran maestro para mí. Le voy a hacer una cosa: desde los primeros años desde cuando me la acerqué pasaron buenos años en los que ya hacíamos negocios juntos, y yo le decía a él, don Fernando. O sea, había esa línea respeto. Hasta que un día e me dijo: ‘don Fernando no’: Fernando”.


Al entrar un poco en su círculo pudo entenderlo mejor. “Creo que su vida giraba alrededor de él, y de su obra, era su mundo. A él no le preocupaba el mundo externo desde que logró establecerse como un artista importante mundialmente, y sabemos que él llegó a ser de los artistas vivos más importantes en el mundo, en el siglo XX y siglo XXI. No creo que le interesara tanto lo que pasaba en el mundo de las artes, fuera de su vida, de su carrera y lo que él quería expresar y decir”.


Eso explica por qué cuando se habla de Botero da la impresión de que solo vivía para una cosa: “Botero ambicionaba morirse con un pincel en la mano, haciendo una obra. Para él la vida no tenía final. Él quería seguir trabajando y creo que lo hizo hasta los últimos días de su vida, pintando las acuarelas pequeñas, que es lo que terminó de hacer: acuarelas de 41 por 30 cm. Para él la vida nunca se acabó hasta que murió”, dice el dealer, aunque, tras reflexionar, se atreve a decir que la muerte de su esposa, la artista Sofía Vari, se llevó algo de él: “Fíjese que ella se va y al poquito tiempo se va él. Yo creo que eso es un regalo para él y para su familia no tener que sufrir ni verlo sufrir”, reflexiona Grimberg.


¿Por qué es importante la obra de Botero?


Mucho se dice ha dicho de la obra de este paisa que desde los 15 años dejo su tierra para buscar ser uno de los mejores del mundo. Parafraseando lo que él mismo dijo en un documental biográfico, no quería ser el mejor pintor de Colombia sino del mundo. Pero ¿cómo lo ve el mayor vendedor de su obra?


“Su estilo fue un estilo único, un lenguaje único, aunque él decía que se inspiraba por los artistas del Renacimiento italiano, pero su lenguaje era especial, era el ‘boteriano’ y la gente lo conoció por su volumetría, vulgarmente dicho: ‘los gordos’, ‘las gordas’. Es lo que le encantaba a él y la gente es lo que lo que aprecia.


"Además, es un artista cuyas obras tienen mucho valor (económico), con sus obras establecidas mundialmente. La gente que empezó a comprar obra muy tempranamente y la tiene todavía, se ha dado cuenta de que con los años como se ha apreciado. Entonces tiene las dos cosas: el amor por la obra, el amor por su estilo, puede ser aprecio por el artista y la parte económica que pesa mucho”.


Si un artista tiene las dos cosas y tiene renombre mundial, pues tiene todo. Otra cosa es poder tener una obra suya en la casa o la oficina. Un lujo que pocos se pueden dar. Dicho sea de paso, los colombianos se pueden dar el lujo de tener un parque con 23 esculturas en Medellín y dos museos con centenares de piezas en esa ciudad y en Bogotá, pero ese es otro tema. Lo cierto es que para tener una escultura de Botero en el jardín…

/Cortesía Felipe Grimberg.
/Cortesía Felipe Grimberg.

“Sus compradores son gente que puede tener dinero extra parar comprar una obra de arte y que aprecia su obra, pero, al mismo tiempo, le puedo decir que conocí gente que compró obra de Botero cuando costaba 1.000 dólares. Ni siquiera: a principios de los 60 él costaba 900 dólares, una obra importantísima, y la gente que lo compró en este momento era porque le gustaba lo que él estaba haciendo. Botero no era famoso, no costaba dinero. Era, simplemente, gente que se acercó y le compró por lo que Botero estaba haciendo”.


Grimberg recuerda una anécdota que muestra como Botero, mediante la constancia y el trabajo logró valorizar su obra: “Conocí a una a una curadora del Museo de Arte Moderno de Nueva York, que compró un cuadro de él, después de que ese museo compró el año 61 o 62 un cuadro a Botero directamente, que le pagaron a 900 dólares. Esta señora, al año, se acercó a Botero y le dijo: ‘yo quiero comprar un cuadro para mí’. Le pagó 1.100 dólares. Muchos años después, la señora vendió el cuadro porque ella quería comprarse una casa, Los Hamptons. El cuadro lo compré yo y está en este momento en la colección de un club de Bogotá. A mí me costó muchos años después, 400 mil y pico de dólares. El club pagó más después de eso”.


La pregunta obligada es: si tuvo nombre mundial, si vendía bien, si su obra se valorizaba, si lo compraban museos, ¿por qué hay quienes (digamos en nuestro país) desprecian su obra?


Para Grimberg el tema es claro y claramente habla: “Porque es un artista que tuvo éxito muy temprano en su carrera y la gente la tenía envidia. Es una persona que –no me acuerdo si fue en 1971 o 1974, pero él me lo dijo–, ya no tenía que preocuparse por el dinero, ya el dinero llegaba. Y es un artista que hizo muchas cosas, que ningún artista del mundo ha hecho.


"La exposición que hizo en 1992 en los Campos Elíseos fue aprobada por el alcalde de París en ese momento que era Jacques Chirac (luego presidente de Francia), con el galerista que manejaba la obra Botero en esos días. Eso marcó un hito importante en la vida de Botero. ¿Cómo puede ser que un artista extranjero se coma, literalmente, los Campos Elíseos colocando esculturas monumentales, cuando ningún francés había tenido ese privilegio?


“Botero, donde iba, causaba esa clase de inquietudes, no por él, sino porque hacía cosas tan grandes, tan importantes, tan majestuosas, tan maravillosas. Hay gente a la que le daba, le da envidia cuando ve el éxito en otro. Y cuando Botero hizo su carrera sin la crítica internacional, porque los artistas necesitan en su mayoría un crítico, una galería que diga algo de ellos… Pero Botero siempre estuvo ajeno a ese mundo. Es por eso que a gran parte de lo que es el circuito de –digamos– eruditos, estudiosos del arte mundial, no les gusta Botero, porque nunca los necesito a ellos.


"Él hizo su carrera solo y esa es esa es la grandeza de este señor. Obvio, siempre tuvo galeristas y dealers a su alrededor, que hicieron que su obra llegará y traspasará fronteras. Cosa que también hice yo –que estamos hablando de mí también–: según el artista, yo soy la persona que más boteros ha vendido en el mundo. No son palabras mías, son palabras de él, y eso quedó registrado dicho por él, no es que yo lo estoy haciendo ahora”.


La respuesta podría sonar un poco radical, pero bien sabemos que los sentimientos humanos y las emociones hacen parte del mundo del arte. Y así la palabra envidia parece que no se acepta como políticamente correcta, no se puede negar que la respuesta de este experto puede tener mucho de cierta.

Disciplinado, con una visión clara del mundo, del arte, del lugar a donde quería llegar, Botero se dio el lujo de tener una vida envidiable, que empezó como niño en una pequeña ciudad de los Andes y terminó exponiendo en medio mundo una obra ineludible, aún para quienes la detestan.


“Botero llegó a todos los continentes del mundo, expuso donde quiso exponer. Puede que le haya faltado uno que otro museo, pero los museos en los que él tal vez no llegó a exponer sí habían comprado su obra y la tienen en sus colecciones”.

Y es verdad. Algo que se decía de Botero es que no solía exponer mucho en museos, sobre lo cual Grimberg tiene su opinión:


“Las obras no están (en los museos) porque el mundo de las artes es cada día diferente, hay más jugadores, hay más intereses y no se mueve da la misma forma libre que se movía hace un tiempo. Hoy en día, se mueve de otra forma. ¿Cómo puede ser que un artista de 30 años tenga una gran exposición en un museo y un artista de la talla de Botero no haya expuesto en ese museo? Son cosas que uno puede preguntarse… ¿Por qué pasan esta clase de cosas? Así es la vida”.


En todo caso, para él, Botero fue el artista colombiano más importante del siglo XX y XXI, también porque “Botero fue el artista latinoamericano más importante existente hasta el día que murió, está entre los cien artistas más importantes del siglo XX y parte del XXI. Y nosotros, los colombianos, tuvimos la suerte que Botero haya nacido en Colombia y le haya dado a Colombia la cantidad de regalos en obras de arte que le dio al país.


"Y es también importante por su simpleza, por dejar un legado, por ser tan libre con el dinero porque, desde mi punto de vista, no ha habido una donación de esta índole que una persona haya hecho libre y espontáneamente a su país natal, desde el extremo norte de México hasta la punta extrema de la Patagonia”.


Para ser justos, hay que reconocer que Grimberg admira a Botero como hombre y artista. ¿Es malo eso? No, ni siquiera para este artículo que no pretendió evaluar críticamente la obra del artista, sino expresar –como se dijo– una mirada personal de alguien que lo conoció y que, claro, tiene por qué estar agradecido de lo que recibió de él.


“Botero me dio la oportunidad de estar cerca de él, la oportunidad de ser uno de sus art dealers y la oportunidad de haber aceptado que la portada de mi libro fuera él conmigo, que es el único libro que realmente existe de Botero o sobre Botero, donde está él con otra persona en la portada y ese soy yo”, concluye Felipe Grimberg.

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