El artista mexicano Jorge Méndez Blake propició en la Biblioteca Nacional de Colombia la creación de una especie de ‘cadáver exquisito usando poesía colombiana.

DIEGO GUERRERO
Editor
ARTERIA
Hay poemas hechos a muchas manos, hay ‘cadáveres exquisitos’ y hay obras de arte hechas en grupo –no tan comunes, pero las hay. En la Biblioteca Nacional de Colombia ocurrieron las tres condiciones cuando el artista mexicano Jorge Méndez Blake acepto la invitación para realizar la instalación El gran poema inexacto del siglo XX, una obra que ya había hecho en una de las bienales de la Habana y en el DF.
Méndez es un arquitecto de 40 años de edad que, prácticamente, no ejerció la profesión que estudió porque el arte lo atrapó desde que estudiaba en Guadalajara, por culpa de algunos profesores de arquitectura que les permitían a los estudiantes presentar instalaciones y experimentar en el campo del arte.
“En la carrera tuve maestros que empezaron a meter mucho el gusanito de hacer una versión expandida de la arquitectura, que tenía que ver más con instalaciones de arte y nos dejaban hacer instalaciones de arte en el campus. Me di cuenta que eso me encantaba”. Vueltas que da la vida.
En uno de esos giros obtuvo una beca que otorgaban en su país para artistas jóvenes. “Y dije: no, pues ¿qué pretexto tengo?, o sea, con esto puedo medio vivir todo el año” y dio el salto (casi mortal) para dedicarse totalmente al arte. Algo muy a pesar de su padre, que pensaba que el arte era el camino de la perdición en la vida bohemia. Él era un contador y había hecho un gran esfuerzo para pagarle la universidad.
“Te digo que a mi padre casi le da un infarto, porque es que es que nadie vivía de arte. A finales de los noventas no había un mercado de arte y menos en Guadalajara. Los mexicanos que querían hacer una carrera como artistas tenían que vivir en Ciudad de México.
“No había instituciones, no había galerías de arte, no había nada y varios amigos y yo fuimos la primera generación de artistas que nos quedamos en Guadalajara. De alguna manera, eso influyó, aunque ahorita ya hay una comunidad muy grande de otras generaciones y hay una gran escena de arte en Guadalajara.Por otro lado, a Méndez le encantaba la literatura. “En la escuela de arquitectura, era de los que participaban en las revistas de literatura de la Universidad”.

Y esta relación con los libros y el arte terminó por llevarlo a una suerte de extraño sincretismo artístico, cuando le propusieron realizar un proyecto para el Museo de Arte Contemporáneo de la Universidad Autónoma, en el DF.
“El museo forma parte del Centro Cultural Universitario, con la Biblioteca Nacional, la Hemeroteca, Sala de Conciertos. Todos los edificios están cerca, pero si la gente va a un lugar no va al otro: los que van a la biblioteca no saben qué es el museo… Yo tenía muchos años haciendo intervenciones en bibliotecas, bibliotecas utópicas e investigando mucho la biblioteca, porque junta arquitectura y literatura”, explica.
Lo que propuso fue un reto: decirle a la gente que escogiera en la biblioteca un libro de poesía del siglo XX, memorizara un poema y caminara los 300 metros que separan el lugar del edificio del museo. Allí encontraría una máquina de escribir y debería escribirlo, según le dictara su memoria.
Al final quedó un poema de 40 páginas. Luego repitió esta instalación-performance en el 2019, en la Bienal de La Habana. Hace unos días le tocó el turno a la Biblioteca Nacional de Colombia. En el espacio central el artista ubicó dos máquinas de escribir. Las personas debían ir a una sala a unos pasos de allí, donde escogían un libro, memorizaban el poema y luego lo escribían en una de las máquinas.
Lo que no sabía es que los libros de poesía colombiana del siglo XX en la Biblioteca Nacional son más de 3.000. “Una cantidad monstruosa. O sea: en La Habana, eran 300 libros; en la Ciudad de México, cien. Siempre he pedido monografías, hay muchas antologías demás y en la Ciudad de México era como nada.
“Ahí te das cuenta también cómo funcionan las bibliotecas de acuerdo al país. Aquí el depósito legal es una cosa que se toma en serio, pero desde hace muchos años. En México, cero, no hay nadie que revise eso, porque, de lo contrario, estaría lleno.
Entonces con especialistas de la biblioteca hicieron una suerte de antología en la que quedaron cincuenta títulos. La gente memorizaba un fragmento y caminaba unos treinta metros para escribirlo. No se ponía el nombre ni la referencia.
“No se sabe qué es lo que ha escrito la gente, pero, en teoría, debería estar produciendo un pedacito de un poema con un poemario colombiano. “La idea es hacer un buen colectivo anónimo. ¿Por qué? Porque escribes y luego sigue el otro. No sabes de qué libro son”.
La idea del mexicano es que de todo este poema inexacto de autoría colombiana se publique un libro: “Quiero hacer una publicación de un libro donde aparezca el poema que está haciendo aquí. No sé cómo, pero como se va a hacer en Colombia y tiene que ver con la poesía colombiana, por ley tengo que dejar el depósito legal, entonces se va a quedar aquí. O sea, está fantástico, cierra todo muy bien”.