¿Cuántos fueron a la marcha Lgbtiq+ en Bogotá? Simplemente no se podía contar. Cualquier cálculo suena a disparate.
DIEGO GUERRERO
Editor
ARTERIA
El desfile arrancó de la calle 26 junto al cementerio Central, ahí donde quedaron, al parecer para siempre, las casi 400 seriadas de Beatriz González en los columbarios que siguen viéndose ruinosos, y en cuyo frontis están pintadas las palabras “La vida es sagrada”, que un día puso Antanas Mockus, cuando era alcalde.
Hasta hace unos años, la marcha Lgbtiq+ en Bogotá partía frente al parque Nacional, donde hoy hay carpas de indígenas. Pasar de uno de los parques principales de la ciudad y recorrer la carrera Séptima, a los ojos de todos los que habitan la principal vía del centro bogotano, a salir de los deprimentes columbarios (que a los ojos no son más un monumento pintado con esténcil, por muy oficiales y defendidas que sean esas impresiones), creo que es algo que necesitaría una revisión.
Si es una marcha para mostrar a la sociedad que existen personas diversas, la Séptima, una carrera mítica de la ciudad, que va en medio de edificios y conjuntos residenciales, cerca de barrios de toda la vida bogotana, es un recorrido ideal. Salir de un cementerio a cuyo alrededor prácticamente solo hay carros y oficinas… no se ve tan bien.
En todo caso, miles se reunieron allí. Podría decir que la inmensa mayoría eran de lo que llaman comunidad Lgbtiq+ (de ahí a que sea una comunidad es otra historia) y simpatizantes. Casi a las 4 p.m. se desgajó el ya casi tradicional aguacero, en un momento en que unos ya estaban en la Plaza de Bolívar y otros aún pasaban por la calle 26. Así de larga era la fila. Ya quisiera un partido político tener la acogida que tiene este desfile.
El agua no hizo mucha mella. Hay que decir que, de las marchas que hay en Bogotá, esta, tal vez, es la única realmente festiva. Es un jolgorio que no necesita de lemas del gobierno de turno. Las frases las trae la gente en cartelitos y, en general, llaman más a la reflexión que al reclamo o señalamiento.
En la fiesta no faltaron las batucadas ni las organizaciones Lgbtiq+, emisoras, empresas y bares que se unen. Hubo quienes repartían o pedían abrazos y besos. Un par de chicas andaban con un muestrario de medias con estampados alusivos al día, que valían 10 mil pesos.
Los banderines costaban 2 mil, las pañoletas de arco iris, 5 mil. Lo mismo costaron las capas plásticas que salieron a relucir cuando empezó a llover. Hubo gais, lesbianas, transexuales. También hubo heterosexuales y, seguramente bisexuales y poliamorosos, pero ¿Quién distingue quién era quién? Nadie. ¿Para qué? Las personas son personas, y ya.
Ah, también, perros y gatos; carrozas, papelitos al viento, globos de corazones con arco iris, banderas, espuma en aerosol, disfraces de peluche, atuendos sadomasoquistas, vestidos de un cuidado impresionante, risas por toda parte.
Junto a la acera, alguien pintó en el piso un grafiti de color violeta que decía: “La marcha oculta agresores”. Tal vez el único mensaje medianamente complejo en medio de una fiesta que todavía espanta a muchos y que, insisto, sería mejor que fuera por toda la Séptima y no saliendo de un cementerio con frontis derruidos.
Fotos: Diego Guerrero y Nelly Peñaranda