Una colina frente a la casa materna sirve a Luis Hernando Giraldo para mostrar su visión de la vida y de un país mediante pinturas y dibujos, en la exposición ‘La montaña cuenta una historia'.
DIEGO GUERRERO
Editor
ARTERIA
¿Cuántas veces se puede ver, pintar y dibujar la misma montaña de una manera diferente? Luis Hernando Giraldo (Pácora, Caldas, 1946) lo hizo 56 veces. O, tal vez más, pero, finalmente, este artista decidió presentar este número de obras en la exposición ‘La montaña cuenta una historia’, recién abierta en la sala tres del claustro de San Agustín (de la Universidad Nacional) en Bogotá (en la sala contigua está la exposición Canción de cuna’, de Juliana Góngora).
Si el famoso escritor ruso León Tolstói dijo “Pinta tu aldea y pintarás el mundo” Giraldo llevó esta frase hasta sus últimas consecuencias.
En ‘La montaña cuenta una historia’ la protagonista es la montaña de San Antonio, en Pácora, ubicada frente a la casa donde nació Giraldo.
Allí vivían sus abuelos y allí pasó las vacaciones en distintos periodos de su vida.
“A esa montaña que vio desde recién nacido, la dibuja en toda su obra y le suma recuerdos, inquietudes y acontecimientos que no necesariamente sucedieron allí”, dice María Belén Sáez de Ibarra, curadora de la exposición.
“Es como una imagen o un leitmotiv que me permite tener un lugar donde poner las historias que pertenecen a mi vida, a la vida de la comarca o a la nacional. La montaña es el telón que está recibiendo las historias para contarlas”, explica Giraldo.
Según la curadora, esta exposición es un recorrido por la memoria del artista que empieza desde “su más temprana edad, pintando su primer encuentro con la naturaleza, cuando descubrió a la montaña y sus alrededores. Y desde la memoria remota, con trazos casi rupestres como de la cueva de Lascaux, introduce las ‘aguidillas’, las vacas, los caballos, las bandadas de pájaros, el arcoiris, la vida rural que luego también incluye el recuerdo, cuando vio cómo que unos hombres golpeaban a su padre. El cielo que sangra y el cordero, los gallinazos y las cruces, se repiten constantemente, porque así están sembrados los paisajes de nuestro país”.
Esa es tal vez la magia de esta exposición, además de la manera tan cuidadosa como Giraldo aborda cada pieza, sin importar si son apenas trazos o un dibujo que llena la hoja: pues a través de esa montaña cuenta, no solo su vida sino todo un país.
Así se explica que, aun sin haber estado en esa colina de Pácora uno entienda lo que sucede ahí y hasta se identifique. Además, los dibujos, por su pequeño formato, tienen la ventaja de que obligan a quien mira a eso: a mirar para poder meterse en las historias que cuenta la montaña.
En este punto hay que decir que la muestra solo tiene dos óleos en gran formato, uno en cada extremo de la sala longitudinal.
En las paredes laterales están los otros 54 cuadros ubicados de manera inclinada, lo que facilita la apreciación y evita, en buena medida, los reflejos de las luces de la sala o las ventanas pues las pinturas están cubiertas con vidrio.
Un asistente a la apertura del sábado 9 de marzo -que estuvo muy concurrida- dijo que con esos cuadros grandes en cada extremo y los cuadros pequeños a cada lado es como si uno entrara a una iglesia con los altares al fondo y el viacrucis a cada lado (aunque este tenga 54 paradas y no 14).
Carboncillos, pasteles, óleos y sanguinas (con sangre de cordero) no dejan duda del oficio y la pulcritud, incluso en aquellas representaciones abigarradas que llenan la hoja de color florido que contrastan con otras piezas en negro, casi manchones, que dan vida a los árboles o los dibujos casi infantiles, aparentemente inocentes.
Florestas, animales, pájaros, árboles, la misma colina, cruces (a veces, muchas cruces) están así presentadas en distintas maneras de pintar, lo que es consecuente con una obra que ha sido desarrollada entre el 2013 y el 2024 y que ponen a pensar… !Cuánto mundo se puede ver desde una casa! Tolstoi estaría feliz.