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Hugo Zapata: El legado de un maestro escultor colombiano

  • Foto del escritor: Diego Guerrero
    Diego Guerrero
  • 14 jun
  • 6 Min. de lectura

Actualizado: 16 jun


Recientemente, falleció el escultor Hugo Zapata (La Tebaida, Quindío, 1945 - Medellín, 2025). En ARTERIA conversamos con algunos de quienes lo conocieron y nos cuentan sobre su vida y parte de su legado.


Las pinturas de María José Chica partieron de un viaje por Los Andes / ARTERIA
Hugo Zapata, durante una exposición suya en Bogotá. Según María Eugenia Niño, obra "es un reflejo luminoso de esa forma de estar en el mundo".

Diego Guerrero

Editor

ARTERIA


Hugo Zapata parecía grande y fuerte. Era la imagen de un escultor que lidia con materiales duros, pesados. Con su vozarrón, su barba poblada, su pelo largo y canoso, su gran estatura y su piel ajada por los años, tenía la apariencia de un guerrero viejo que no solo sobrevivió a mil luchas, sino que gozaba la vida.


Dicen que, a veces, incluso se excedía, pero ¿quién que haya sentido la fuerza creativa no se ha excedido alguna vez? A él la creación le pasaba por sus manos grandes hasta que se materializaba, generalmente, en piedra.


Según algunos que lo conocieron, Hugo Zapata fue, al parecer, un ser risueño y serio; sensible y hasta dulce. Eso en un tiempo en que la única masculinidad aceptable en Medellín y Antioquia, donde se educó, distaba mucho de la ternura. Fue amigo de sus amigos y, sin duda, un gran creador cuyo testimonio de vida quedó en la piedra.

e amigo de sus amigos y, sin duda, un gran creador cuyo testimonio de vida quedó en la piedra.      Hugo Zapata, 'Flores', en una exposición con su amigo Luis Fernando Peláez.  /Archivo ARTERIA.
Hugo Zapata, 'Flores', en una exposición con su amigo Luis Fernando Peláez. /Archivo ARTERIA.

María Eugenia Niño codirige la galería Sextante con Luis Ángel Parra. Por años fueron sus galeristas. De alguna manera, una buena galerista es una alcahueta que le cumple —hasta cierto punto— los caprichos al artista. Terminan por compartir sueños y visiones de futuro de la obra.


“Su mayor contribución al arte —dice ella al referirse a su amigo— fue haberle dado voz a la naturaleza, a su fuerza, su belleza y, también, a su fragilidad a través de la piedra. Hugo no imponía su voluntad sobre el material: decía que simplemente dejaba ver lo que ya estaba allí. Su obra es un diálogo profundo con la tierra, una forma de revelar lo esencial que habita en lo natural”.


Zapata tenía su taller en el oriente antioqueño. Allá llegaban las piedras —lutitas— en una camabaja, desde Cundinamarca. Por lo menos, eso me dijo un día —hace varios años—, mientras me mostraba un patio con piedras a medio trabajar.


Me explicaba que se enfocaba en una a la vez y luego otra lo llamaba. A la primera podía abandonarla por mucho tiempo para luego volver a ella a “hablar”, hasta que se entendían y la forma iba saliendo. Esculpir, al fin y al cabo, es quitar capas.


En ese sentido, María Eugenia Niño recuerda: “Su obra evolucionó a través de significativas transformaciones o, como él mismo las llamaba, descubrimientos. Ríos, cordilleras, lunas, testigos silenciosos, presencias de la noche… y del día. Con el tiempo, su lenguaje se hizo más esencial, más profundo, siempre en diálogo con las formas primordiales de la tierra”.


Yo era muy joven cuando vi su obra por primera vez: Flores, en la galería del Colombo Americano, en Medellín, durante una exposición curada por Juan Alberto Gaviria. Me quedé mirando ese tallo delgado que se abría en una flor de piedra coronada con un color ferroso… No entendí nada, pero me cautivó tanta sutileza en medio de tanta fuerza: una piedra convertida en flor. Era algo un poco irreal y más cuando ves que el artista tenía en su figura el peso de la piedra.


Cuando le hice un par de preguntas, no se acordaba de que, gracias a él, pude aprobar no sé qué materia de periodismo en la Universidad de Antioquia, porque a unos compañeros y a mí nos prestó su taller en el barrio Laureles, de Medellín, durante un fin de semana para que pudiéramos terminar nuestra tarea. Era generoso. Tanto como para entender que las personas tenían derecho a vivir el arte de la mejor manera.

Exposición de Hugo Zapata en Bogotá. /Archivo ARTERIA
Exposición de Hugo Zapata en Bogotá. /Archivo ARTERIA

“El maestro Hugo, además de artista y creador siempre vigente, fue líder en la creación de la Escuela de Artes Plásticas de la Universidad Nacional de la sede Medellín, lo que marcó un hito histórico fundamental en la formación de profesionales en y para las artes plásticas y visuales, que hoy siguen impactando y aportando al ecosistema artístico y cultural de la región y el país”, asegura Clara Mónica Zapata, directora académica y estratégica de la Corporación Banasta, desde Medellín.


Agrega que fue y será un artista vigente, “ya que su obra constituye un gran legado cultural y patrimonial, con la presencia de sus obras en diversos espacios”, tanto en Medellín como en Colombia y el exterior. De hecho, muchas de sus obras son bien conocidas y en Medellín su presencia se nota en la calle, en sitios académicos y hasta en el aeropuerto de Rionegro, que sirve a esa ciudad.


“Las esculturas de Hugo Zapata, especialmente las públicas, abordaron de una manera inédita el espacio, la materia, la construcción, el volumen y, sobre todo, el emplazamiento. Ellas retaron al monumento heroico de mármol y bronce, y también la tendencia moderna, geometrizante e industrial en boga en los años 80 y 90. Hugo Zapata habló otro lenguaje en propuestas como los Pórticos, del Aeropuerto José María Córdova (que enmarcan el cielo y las montañas), las Estelas, del Parque de Suramericana (portadoras de la memoria del agua) o el Ágora, de la Universidad Eafit (donde un bosque se teje con las rocas)”, explica la investigadora de arte Sol Astrid Giraldo.


Coincide con María Eugenia Niño en su relación respetuosa con la naturaleza, al decir que sus obras crearon lugares en medio del fragor urbano y “permitieron una reconexión con la memoria geológica, el viento, la luz, las sombras, la vegetación, incluso las estrellas, en medio de la urbe.


"Esculturas vivas, sin mensajes ni vanidades, relojes solares, que no solo reconectaban con el entorno, sino que ellas mismas producían paisaje. Esculturas que no eran para conmemorar, rodear o admirar, sino para vivir el tiempo de otra manera. Hoy hacen parte de la esencia de Medellín”.


Hugo Zapata fue parte de una generación de artistas antioqueños —unos por nacimiento, otros por adopción— que se encontraron en la sede de Medellín de la Universidad Nacional y se iniciaron en la arquitectura, pero se decantaron en el arte. En su comienzo, hizo parte de la exposición de once antioqueños que curó Eduardo Serrano.


“Yo lo conocí en 1970 —dice Serrano—. Entonces trabajaba serigrafía; unas eran un poco grotescas y otras tendían hacia la geometría, pero lo que era interesante era que él reproducía en el papel la textura de la seda serigráfica: de alguna manera, la textura de la seda se veía en su serigrafía. Después se trasladó a la escultura y empezó a trabajar con metal”, recuerda.


Así aparecieron los famosos Pórticos, una obra de dieciocho metros de alto que son tres marcos de metal por los cuales se puede “enfocar” el paisaje al llegar al aeropuerto de Rionegro. “Son una belleza, espectaculares. Cuando el viajero llega a Medellín ve esos pórticos que, por un lado, parecen enmarcar la naturaleza, pero, por otra parte, lo predisponen para entrar a una ciudad moderna”, comenta Serrano.


Zapata se fue haciendo un gran escultor paso a paso, como quien tiene prisa por vivir, pero sabe que todo tiene su tiempo y todo llega con él y el trabajo. Luego de mucha investigación en materiales –continúa Serrano– “llega a la lutita, que es la piedra que trabajó tan, tan, tan exitosamente. Las primeras esculturas en lutita las combinó con bases de hierro, es decir, era la lutita y piedra y se fundían en una sola cosa y formaban un todo muy armónico, muy natural.


“Lo que me encantaba de Hugo era que miraba y descubría todo tipo de cosas y a todo ese tipo de accidentes que descubría en la piedra les sacaba partido y los convertía en montañas, desiertos, paisajes geológicos; todo, geología… todo tenía que ver con la geología... y luego aparecía el vidrio que unía con la piedra, un elemento transparente, frágil, brillante… combinado con la piel de piedra, un elemento opaco y duro…


"Es decir, era realmente una combinación de contrarios que a él le dieron un éxito total, porque en la escultura había algo que contradecía la opacidad de la piedra y que al mismo tiempo iluminaba la escultura”.


Por estos días, la galería Sextante expone a Hugo Zapata. La exposición “la hemos llamado ‘Testimonio’, porque es el testimonio de toda una vida compartida —dice Mará Eugenia Niño–. A lo largo de los años cultivamos una amistad profunda, un diálogo constante sobre nuestras raíces, sobre la tierra, sobre la urgencia de cuidar la naturaleza. Hugo vivió intensamente, con amor y entrega. Su obra es un reflejo luminoso de esa forma de estar en el mundo”, concluye.

Exposición de Hugo Zapata en Casa Lleras de la U. Jorge Tadeo Lozano /Archivo ARTERIA
Exposición de Hugo Zapata en Casa Lleras de la U. Jorge Tadeo Lozano /Archivo ARTERIA

 

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