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David Manzur: el arte como destino

  • Foto del escritor: Diego Guerrero
    Diego Guerrero
  • 8 sept
  • 6 Min. de lectura
El artista David Manzur entregó a la universidad de Antioquia la escultura Caballo al Viento, que entra a formar parte del Museo Abierto de ese centro académico Entrevista.
inclusión desde el tacto y la lengua de señas
David Manzur entregó 'Caballo al Viento', una pieza de metal negra de unos cuatro metros de altura. /Cortesía

DIEGO GUERRERO

Editor

ARTERIA


David Manzur camina gozoso por la plazoleta central de la Universidad de Antioquia (U. de A.), rodeado de estudiantes y profesores que lo acompañan hacia la escultura que donó a esa institución académica y que entró a formar parte del Museo Abierto.

 

Los alrededor de cincuenta metros que separan la entrada al bloque de la rectoría a la escultura Caballo al Viento, una pieza de metal negra de unos cuatro metros de altura, delgada y que se dobla sobre sí misma para crear la forma equina, se hicieron largos.

 

No porque Manzur (Neira, Caldas) a sus 96 años caminara despacio. Hubiera podido tener 25 e, igual, no se hubiera podido mover rápido por atender a las personas que querían tomarse una foto con él y por una nubecilla de fotógrafos y camarógrafos que saltaban de aquí para allá para lograr un encuadre donde no aparecieran sus colegas.

 

Al caballo de perfil elegante, ubicado en el costado noroccidental de la plazoleta, al lado del teatro universitario, llegó acompañado de la pianista Teresita Gómez (Medellín, 1943), que acudió al homenaje que minutos antes le  había ofrecido la Universidad a la entrada de la rectoría.


El Museo Abierto e la U. de A. es un conjunto de 89 esculturas y pinturas ubicadas en los distintos campus que conforman el centro académico. (Ver sitio web)


Los caballos han sido parte importante en la vida de un pintor que es obsesivo con su oficio, al que le cuesta separarse de su taller porque a estas alturas, según dice, solo quiere pintar y pintar.

 

En la U. de A., sin embargo, sacó tiempo para hablar con los estudiantes de artes, que habían hecho en su honor un par de obras que estaban exhibidas en el hall del teatro. Un agradecimiento para Manzur que un tiempo atrás concedió una pasantía a algunos estudiantes de la la Facultad de Artes en Barichara (Santander), donde vive el artista.

 

Luego de las fotos y los agradecimientos, Manzur  se alejó de esa plazoleta para atender al grupo de periodistas. Su Caballo al Viento quedó ahí para todo el que lo quiera ver, haciendo parte de un museo que ya cuenta con decenas de obras al aire libre de artistas como Grau, Ana Mercedes Hoyos, Fanny Sanín...  

David Manzur. /Diego Guerrero
David Manzur/ Diego Guerrero-ARTERIA

Manzur: ¿qué es la vida?

Reconozco que cuando me tocó el turno para entrevistarlo quise empezar por una pregunta que pocos pueden contestar con cierta certeza y para la que creo que se necesitan años.


-¿Qué es la vida?, pregunté.

-La vida es sentir cosas, emociones, rabia, alegría, ternura, amargura, guerreo... y la vida va cambiando según los años, en los que uno empieza ya a bajarle al extremo de estos sustantivos.


Me pasa con el arte... Yo  he sido siempre muy apasionado en los museos, viendo desde el siglo XX hasta la época flamenca, pero ya me van aburriendo a veces ciertas cosas. Y el siglo XX, por ejemplo... se me va creciendo Picasso, tal vez Bacon, pero tanto ruido como el de Duchamp que terminó prácticamente en arte pop. Yo no comprendí la entrada del mundo del capitalismo, de la plata, del negocio de las galerías.

 

Aunque, claro, Manzur ha sido representado por varias galerías y ha sido una relación complicada porque -comenta- algunas han querido exclusividad.

 

"Me sentía más raro... Les dije que lo sentía, pero no era capaz de someterme a eso", dice. Así que decidió firmar contratos esporádicos. Ahora, "la galería Duque Arango se ha comportado muy bien conmigo", comenta.

 

Manzur ha tenido una vida intensa. Sufrió penurias durante la Segunda Guerra Mundial, cuando en la España de Franco lo común era que los pobres fueran realmente pobres.

 

Fue un pintor apuesto cuyas obras abstractas eran -según lo reconocen muchos hoy- muy buenas, en un momento en el que ese era el estilo predominante en el arte. Uno que abandonó porque su pasión era la perfección de los músculos, la fuerza de lo humano y lo animal, las obras gigantescas, la pintura a lo grande que lo obligaba a ir al límite de sus capacidades. Pintar y equivocarse; aprender y repetir. Obsesivo en su visión de que siempre era posible más sus bocetos sobre el San Sebastián fueron dignos de exposición.

 

-¿Alguna vez ha sentido cansancio de pintar?

-Al contrario, vivo con una gran curiosidad, pero en una forma más intrínseca, como si todo el mundo se convirtiera en el silencio de mi trabajo sordo. Porque en ese momento mi trabajo no es para nadie. Cuando estoy pintando la obra no es para nadie. Yo trabajo de 6 de la tarde a una de la mañana.


En ese momento hay algo absoluto, con la ayuda de Felipe (Achury) moviéndome el cuadro, leyéndome el cuadro, poniendo música... Y eso crea un mundo.

Por eso venir a esta entrega de la escultura ha  sido para mí como un despiste, pero lo hago con mucho gusto por la universidad.

 

-¿Por qué es importante  que Caballo al Viento esté en un lugar donde hay muchos jóvenes en formación?

-Este no es el primer caballo que hago, es más bien un resumen del trabajo espiritualmente fantasmagórico sobre el caballo y este "fantasma" va a ser testigo visual en una universidad que se lo merece por muchos aspectos, especialmente por la calidad de los estudiantes que no obedecen leyes estrictas, sino que tienen absoluta libertad de trabajo. Eso es muy importante.

 

En la academia siempre se piden fórmulas para el aprendizaje, pero aquí ellos van sin fórmulas y sin fórmulas hay una propuesta conceptual que va desde instalaciones a figuras puramente formales.

 

-¿El proceso como artista ha dolido? Porque, a veces, uno siente que a los que hacen arte les duele, que crear, en ocasiones, duele.

 -Uno siempre siente algo que uno mismo no sabe por qué. Cuando yo estuve en la Antártida  me impresionó mucho las ciudades oxidadas. Estuve en la parte inglesa y  había dos pueblos hechos de hierro porque era la época de los balleneros-principios del siglo XX-y  por alguna razón se mataron.

 

Entonces, es una especie de camposanto en el que solamente se ven pingüinos. Fue una imagen impresionante que hizo que yo tuviera un periodo pintando ciudades oxidadas. El decaimiento de las cosas me motiva mucho. Cuando ves una figura de estas, siempre tienen algo roto, es como: no te alegres tanto, porque en algún momento todo se destruye.

 

Esa es una cosa que en lo que voy a decir es algo que puede parecer un poquito pretencioso, pero en el fondo  hay algo de eso en mí, porque en mi vida también todo era prestado. Mis padres no aparecieron me quedé solo, me entraron a un colegio que era como una cárcel. Esto repercute en que yo, en vez de romperlos de verdad los rompa en la ejecución de la obra.  

 

El futuro

Manzur parece no mirar hacia el pasado. Mejor, trata de ir con la velocidad de estos tiempos a la vez que sigue en la profundidad de su mundo.

 

Cree, como muchos, que el mercado del arte es una burbuja que un día de estos va a explotar. Por eso no cree mucho en bananos encintados o en obras que más parecen fiebres de un momentos, pero tampoco desprecia las ventajas que la información da a los que hoy empiezan en el arte y comenta que muchos jóvenes

de hoy ya pueden acceder fácilmente a conocimiento que  cuando él empezaba era muy difícil de encontrar.

 

Tal vez por eso, incluso centrado en sí mismo y su obra, da a entender que sabe que todo es impermanente, y que llegarán cosas nuevas hechas por otros artistas que, como él lo hizo, soñaran con hacer una obra que perdure.

 

Así que no es raro que a la pregunta de a quién admira, responda entre evadiendo compromisos y aceptando el paso del tiempo: "Yo admiro a mucha gente opuesta a mí porque están haciendo aquello que yo no alcancé a hacer".

 


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