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‘El 'vogue' es libertad, libertad identitaria’, dice Azul, formador en el Castillo de las Artes

Daniel Stiven Pineda Daza, conocido como Azul (nombre identitario), descubrió en el baile la expresión artística ideal para reconocerse y encontrarse con amigos y seres queridos. Tras practicar unos años la danza contemporánea, se pasó al vogue y hoy es artista formador en el Castillo de las Artes, un espacio cultural del Idartes.

Esa unión entre amigas se transformó en Tupamaras, un colectivo de danza vogue, performance y artes vivas /Alejandro Osorio-ARTERIA
Una unión entre amigas se transformó en Tupamaras, un colectivo de danza vogue, performance y artes vivas /Alejandro Osorio-ARTERIA

ARTERIA*

El vogue es libertad, libertad identitaria”, dice tajantemente Daniel Stiven Pineda Daza, más conocido como Azul, quien hace siete años comenzó a practicar la danza contemporánea y el teatro, hasta que encontró el vogue hace cinco años, expresión artística que le ha permitido encontrarse consigo mismo y con sus seres queridos.


“Empecé por la necesidad de juntarme con mis amigas y crear un espacio seguro donde pudiéramos expresar la feminidad, donde no nos sintiéramos juzgadas por la sociedad”, recuerda este joven bogotano de 25 años.


Esa unión entre amigas se transformó en Tupamaras, un colectivo de danza vogue, performance y artes vivas en el que se generan diálogos contantes con el arte queer, el travestismo, las fiestas y los espacios seguros.


Hoy por hoy, Azul es artista formador del Castillo de las Artes, un espacio de innovación social y económico desde las artes, ubicado en el barrio Santa Fe (Calle 23 No. 14 -19), que cuenta con programación gratuita y participación de artistas locales, nacionales y del exterior, en articulación con diferentes entidades públicas, privadas y comunitarias.


Tras vivir durante casi una década distintas prácticas dancísticas, Azul siente la necesidad de compartir las habilidades que ha adquirido y construir conocimiento colectivo. De hecho, sostiene que el aprendizaje más importante es poder ser él mismo y expresarlo.


“Siento que el acto político más sincero en estos tiempos es ser uno mismo y eso lo he explorado con el vogue y con la danza porque son espacios seguros para transitar, para conocerse e identificarse, sin necesidad de responder a la sociedad. Es un espacio donde puedes ser más sincero contigo mismo; y siento que el arte y el vogue hacen eso”, reflexiona.


Cabe recordar que durante la segunda mitad del siglo pasado las drags queens afroamericanas de Harlem (Nueva York) usaron el vogue o voguing en los salones de la ‘cultura ball’ para forjar una especie de presentación y competencia, con el fin de impresionar a las rivales y, así, lograr reconocimiento y respeto.


Y es ese contexto histórico el que hoy alimenta Azul, sus amigas y otras personas trans que luchan por sus derechos y han encontrado, tanto en la danza como en el Castillo de las Artes, un “territorio” que les permite sortear los desafíos sociales y familiares, y seguir adelante.


Azul recuerda que fue un reto decirle a su familia que iba a ser bailarín de danza contemporánea y que, cuando ya lo habían aceptado, él decidió explorar con el vogue, lo que generó un nuevo choque porque, además de bailar, se maquilla, usa tacones y a veces se viste con croptop.


“Para ellos fue muy difícil. Fue difícil lograr el apoyo de la familia, pero en este momento ya lo comprenden porque se han dado cuenta de que la danza es mi trabajo y que puedo vivir de esto”, manifiesta.


Con algunos sectores de la sociedad todavía falta avanzar porque “he sentido que socialmente aún somos muy transgresores. Las mujeres trans a veces tenemos barba o a veces nos maquillamos y eso es transgresor. A veces me han correteado por la calle… he pasado por momentos de vulnerabilidad”.


Todos estos aspectos los trabajan en la reunión de Tupamaras. Por ejemplo, una vez hicieron lo que llamaron el ‘Batallón marica’ con el objetivo de bailarles a los policías. “Era hacer ese paralelo de una ‘maricona’ vestida de ‘tombo’, usando sus colores y apropiada de sus cosas típicas, y bailarle al agresor”, dice Azul. En sus palabras, esto permite “desarmarnos un poco desde el arte”.


En ese sentido, el trabajo en el Castillo de las Artes, como espacio de comunidad popular, les deja pensar y explorar ideas que, poco a poco, se van volviendo proyectos creativos colectivos.


Azul ve con optimismo el futuro y espera que este espacio generado por el Idartes sea una escuela de artes más organizada y menos estigmatizada. Aunque reconoce que ya se está construyendo, espera que el tiempo logre potencializarla como “escuela artística de formación popular

 

*Lilian Contreras, Alejandro Osorio, Diego Guerrero.

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