Febrero 19 de 2019
El día que conocía a Caro entre en shock
Cursaba mi segundo semestre ,y por casualidades de la vida, a principios de ese semestre el profesor de humanidades nos hacía una invitación a explorar el arte desde un concepto colombiano, en torno a Doris Salcedo, Antonio Montaña, Luis Roldan y Antonio Caro. Era explorar, tratar de llegar una definición del arte.
No fue hasta ver en lo básico, en lo común, en lo concurrente, que el arte abrió mis venas a este bello espacio tan subjetivo.
El día que conocí a Caro, fue un ArtBo, y quizá logré entender su trabajo, su esfuerzo y todo lo que hizo.
Di vueltas a través de cada pabellón, cada cubículo y en un espacio cerrado, inundado de blanco, estaban allí ubicados varios pares de espigas de maíz.
Fue un momento curioso, un espacio para ver a un artista haciendo arte, pero fue algo más allá: fue verlo a él, sentí la emoción y ansiedad de hablarle, de conocerle, tímido y a su vez osado, le dirigí la palabra.
No lograba descifrar qué era, quién era y qué hacía, hasta que empecé a disfrutar del entorno.
Varias personas también lo reconocieron y pedían fotos, y, por lo menos una pincelada. Su respuesta; no. Y, entre tanto, me sumergí junto a él en una conversación profunda, clara que resolvió el valor del intelecto.
Trato de hacer memoria y quería un concepto de parte de él. Francamente, no lo recuerdo, pero sí dejó algo claro: cualquier cosa que cause un interés intelectual, era acreedor de atención, de valor.
Por esos 10 minutos, en los que la frente la sentía perlada, la garganta seca y la cabeza iba a mil, aprendí de una manera corta, sencilla y clara, que el arte no es el concepto de otros y su calificación no depende de los demás, sino, más bien, es algo que nace del ser para ser pintado, esculpido, tallado o simplemente dicho, vivido.
Agradezco al maestro y a Sebastián Bacca, quien trabajó en ARTERIA y me dio esta gran oportunidad.
Andrés Camilo Rojas.