Para muchos, la Bachué, de Rómulo Rozo, es considerada una de las piezas más importantes del arte moderno colombiano. Con su compra por la fundación Malba, organización privada presidida por Eduardo F. Costantini, parece terminar un periplo que la llevó de aquí para allá desde la primera parte del siglo pasado.
La escultura tallada en granito checoslovaco, en 1925, por el colombiano Rómulo Rozo, que ahora se exhibe en la Bienal de Venecia, dentro de la propuesta de su curador Adriano Pedrosa quien -a propósito, es parte del comité artístico del Malba- encontró lugar al parecer permanente en la capital argentina.
Ello luego de que deambuló por varios lugares del mundo, en unas ocasiones exhibida con honores, como en la Feria Iberoamericana de Sevilla (España) en 1929; luego estuvo un tiempo en el consulado de Colombia en esa ciudad, en medio de una fuente.
Después “se le perdió el rastro”, fue partida, “encontrada”, exhibida, calcada; y tras dar su nombre a un movimiento de arte colombiano de principios del siglo pasado y a un proyecto artístico contemporáneo de la galería Espacio El Dorado, salió para Malba (no sin antes otro pequeño recorrido por Europa).
El galerista, editor y artista Carlos Salas, hace varios años tuvo que ver con la restauración de la obra y posterior venta a su anterior propietario, José Darío Gutiérrez, fundador del Espacio el Dorado, en Bogotá.
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Invitado a Otro Día Más, de ARTERIA, Salas opina que la pieza dista de ser una obra que evoca solamente un arte indigenista, como ha sido valorada por distintas personas y especialistas, y muestra que tiene aspectos coloniales, orientales e, incluso, símbolos masónicos.
Vale decir que en una conversación anterior en el mismo podcast, Gutiérrez ya había señalado algunas de sus características que apuntaban a un arte oriental. Salas es partidario de que evoca un arte del Medio Oriente.
También advierte que la pieza había sido partida en dos de una manera que mostraría un ataque y no un accidente, por cuanto, en su opinión, la pieza había sido creada por Rozo para resistir el paso del tiempo.
Según comenta, la manera en que fue partida hace recordar los ataques que ciertos objetos y símbolos masónicos eran atacados en el pasado por detractores de esa organización.
A pesar de la falta de reconocimiento en un tiempo posterior a su aparición, cuando el movimiento Bachué fue sepultado por la crítica de Marta Traba, a partir de los 60 (y con él la obra), la pieza ha ido reflotando en este siglo con distintas interpretaciones que han llevado a tesis de grado, y textos de críticos como Christian Padilla y Álvaro Medina.
De hecho Salas destaca esta característica que no solo la ubica dentro del arte moderno, por pertenecer a una época sino dentro del arte contemporáneo en la medida de que ha generado un sinnúmero de conceptualizaciones alrededor de ella, que es una de las características del arte contemporáneo.
Salas, con permiso de Gutiérrez, hizo un calco de la Bachué, y es lo que queda en Colombia (estuvo en Londres) pues aunque el primero hace años ofreció la pieza de Rozo al Museo Nacional de Colombia y al Banco de la República ninguna de las dos instituciones mostró interés.
Ahora está el Malba que en su breve anuncio de la adquisición de la obra dijo: “Eduardo F. Constantini dio a conocer su última adquisición. Se trata de la escultura Bachué (1925) del artista indoamericano Rómulo Rozo, una de las principales obras fundadoras del modernismo colombiano.